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FUNDACIÓN CASER
sectorial de carácter universal, deben rediseñar sus fronteras con otros sectores de actividad
(reclamando, posiblemente, espacios ocupados por otros sectores, al menos para determi-
nados segmentos poblacionales).
Ante el reto de proponer cuál podría ser vista como la parte o parcela de necesidades de las
personas que constituiría la finalidad u objeto de los servicios sociales, el autor, desde un in-
tento de recepción, sistematización y desarrollo de diversas aportaciones, viene proponiendo
la “interacción” (Fantova, 2014: 120), de modo que el cometido de los servicios sociales sería
prevenir, corregir o paliar desajustes en lo relativo a la interacción de las personas, con sus
dos caras, facetas o dimensiones: autonomía funcional (con autodeterminación) para la vida
diaria e integración relacional (familiar y comunitaria). Se entiende que otras funciones que
realizan frecuentemente los servicios sociales (como aportar recursos para la subsistencia o
alojar a las personas, por ejemplo) tendrían sus propios ámbitos sectoriales de referencia y
que, manteniéndolas, los servicios sociales no pueden abandonar su condición subsidiaria
y residual. La claridad del perímetro y el posicionamiento sectorial en este proceso resulta
crítica, precisamente porque, como última red residual, la asistencia social se hacía cargo
de una serie de casos complejos que, en el nuevo diseño, se ha entendido que no pueden
ser abordados por ninguna de las ramas sino de forma integrada: la criatura en situación de
desprotección no es enviada a la “ciudad de los muchachos” (a recibir educación, alojamien-
to, alimentación, atención sanitaria, acompañamiento social y acceso al empleo) sino que se
aspira a que obtenga respuesta a cada una de sus necesidades en los servicios y sectores
correspondientes, como el resto de las criaturas.
Esta claridad de definición de cada una de las ramas sectoriales incluye una arquitectura in-
tuitiva y amigable en lo tocante a los accesos a cada uno de los sectores o subsistemas y en
lo referido a las interfaces o puntos en los que los itinerarios de las personas les llevan de un
sector a otro. Lógicamente, en la transición que supone el desmontaje de la asistencia social
residual o última red se ha de ir modulando, con elasticidad y flexibilidad, el proceso median-
te el cual los servicios sociales se van ciñendo a su objeto y reconociendo (o proponiendo) a
otras ramas (sanitaria, laboral, residencial u otras) el suyo, deseablemente en un marco insti-
tucional de gobernanza participativa, multinivel e intersectorial, como se verá más adelante.
En segundo lugar, estamos llamando integración vertical o intrasectorial a la que se produ-
ce en el interior de un determinado sector de actividad o sistema público, entre estructuras
que ocupan eslabones sucesivos en la cadena de valor, que abarcan ámbitos territoriales
mayores o menores o que tienen jerarquía unas sobre otras. Las estrategias de integración
vertical o de aplanamiento de las organizaciones surgen, en buena medida, como respuesta
a la burocratización de éstas, que las torna ineficientes y, específicamente, menos flexibles
para trabajar con los problemas a la escala adecuada. Seguramente, en nuestro entorno, es
el sistema sanitario el sistema público del Estado de bienestar que en mayor medida está
inmerso en los debates y las experiencias de integración vertical.
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