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FUNDACIÓN CASER
Considerando los resultados, el porcentaje máximo (85%) se asigna al “igualitarismo” (las
personas con discapacidad deben tener las mismas opciones y oportunidades que los de-
más). El mínimo (21%) corresponde al “aislamiento” (los escolares personas con discapaci-
dad deben estar en una clase aparte). El margen entre el 21% y el 85% es suficientemente
amplio como para indicar que, efectivamente, se trata de dimensiones muy distintas del
prejuicio. todas ellas se manejan para lograr un mínimo de comprensión válida del problema.
A su vez, esos mismos datos generales nos señalan que nos encontramos dentro del margen
de proporciones aptas para que el análisis produzca conclusiones válidas.
El orden convencional de mayor a menor aceptación de los resultados no parece aleatorio,
como en principio se podría suponer. La prueba es que los primeros doce enunciados con
los que se sienten acordes los entrevistados aparecen con la redacción gramaticalmente
positiva. En cambio, los trece siguientes, los que reciben un apoyo minoritario, mantienen
un formato más bien negativo. Conviene retener que esa distinción entre los dos bloques se
corresponde con la interpretación aquí expuesta, pero su signo (positivo o negativo) se ha
señalado previamente. Por tanto, se desprende una primera conclusión. Curiosamente, la
distribución de las 25 dimensiones se reparte equitativamente: la mitad reflejan un prejuicio
positivo o neutro y la otra mitad de carácter negativo. En la primera mitad los porcentajes de
estar de acuerdo con el enunciado superan el 50% y sucede lo contrario con la otra parte
de la tabla. Esta batería de preguntas no se construyó previendo que pudiera ocurrir así, el
resultado se ha obtenido de forma espontánea y aporta una riqueza interpretativa inusual.
Esto no significa ni que los resultados sean “verdad” o “mentira”, correctos o incorrectos.
Sencillamente, hay que leerlos de manera independiente y buscar las explicaciones de cada
comportamiento.
Si tomamos el enunciado número 10 sobre el reduccionismo apreciamos que uno de cada
tres consultados (67%) considera que “hay que asignar tareas sencillas y repetitivas en su
trabajo”. Este ejemplo nos sirve para ver cómo un enunciado positivo puede contener un
resultado de exclusión. Solo un tercio de la población estaría abierto a reconocer que las
PD (en adelante, “persona/s con discapacidad”) pueden realizar cualquier tipo de tarea que
su propia discapacidad no le impida. Los más jóvenes son algo más comprensivos (59%)
respecto a este reduccionismo frente a las más mayores (71%). Iremos viendo cómo influye
la edad y el sexo, entre otras variables. Si seguimos observando la percepción reduccionista
según el nivel de estudios, el porcentaje que se adhiere a este prejuicio asciende al 89%
cuando no han recibido estudios. Los prejuicios negativos se acentúan al disponer de
menos acceso a la información, de estar menos formado y permeable al conocimiento. Sin
embargo, sorprende el dato que no discrimina el hecho de conocer o no a alguna persona
con discapacidad directamente, la opinión es similar en ambos casos. Lo que sí nos aporta
más información es la expectativa de vida. Si son varones y piensan vivir menos de 90 años,
son más proclives a pensar que las PD deberían hacer estas tareas sencillas, al revés que en
las mujeres, que toman esta postura con más nitidez si contemplan una esperanza de vida
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