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FUNDACIÓN CASER





            posiciones sociales de los varones y las mujeres. El hecho novedoso, por ejemplo, es que en
            la población de estudiantes universitarios hay más mujeres que varones. Sin embargo, esa
            equiparación no quiere decir que desaparezca el condicionamiento del sexo para pensar o
            comportarse de una u otra forma.


              De modo general está muy claro que las mujeres dan porcentajes más altos de acuerdo con
            los enunciados del prejuicio que hemos calificado como “positivos”. Véase, por ejemplo, el
            contraste entre el 86% de mujeres que están de acuerdo con la sensibilidad, frente al 72% de
            los varones. o también, la disparidad entre el 74% de las mujeres acordes con la participa-
            ción, frente al 62% de los varones.


              Es todavía más nítido que en los enunciados negativos destacan los varones (sobre las mu-
            jeres) por manifestar porcentajes más elevados de acuerdo. No hay más que comprobar los
            siguientes manifiestos contrastes con diez o más puntos de diferencia entre uno y otro sexo.
            El 40% de los varones se sienten próximos al resentimiento (las personas con discapacidad
            están resentidas), frente al 33% de las mujeres.


              Hay que insistir en un matiz sorprendente: no son los individuos con estudios universita-
            rios los más propicios a emitir prejuicios positivos, sino por lo general los que se clasifican
            como estudios medios. Véase el caso de la integración escolar, auspiciada por el 72% de
            la muestra. Habrá que congratularse por una proporción tan elevada de españoles que se
            muestran partidarios de que “los niños con discapacidad deben estar con los demás en los
            mismos centros escolares”. Seguramente habría que conceder una parte de ese acuerdo a
            los que saben que es lo que hay que decir en estos tiempos en los que impera el “buenismo”
            y “lo políticamente correcto”. No es posible establecer con estos datos de encuesta el ajuste
            correspondiente. Pero lo que se puede estimar con seguridad es la enorme brecha que sig-
            nifica la variable educativa. Compárese el 82% de los que tienen estudios medios y el 61%
            de los que no han completado la escuela primaria, de los que están de acuerdo respecto a
            la política de integración escolar. No hay duda de que hay un camino recorrido, otra cuestión
            es la práctica real, lo que de verdad sucede en los centros escolares. Se pueden observar las
            proporciones desde el signo contrario. Aún existe una cuarta parte de la población que ad-
            mite que los niños con discapacidad no deben compartir aulas con el resto. Es un porcentaje
            que se conserva y coincide prácticamente con otras variables similares de rechazo. El 21%
            sostiene que “cuando hay un niño con discapacidad en clase los demás salen perjudicados”.
            El perfil en uno y otro caso es muy similar.


              Las  personas  que  no  han  completado  la  enseñanza  primaria  se  distinguen  por  reforzar
            mucho los prejuicios negativos; también, aunque en menor medida, sobresalen en el mayor
            acuerdo con algunos prejuicios positivos. En las reuniones de grupo se movieron discusiones
            encendidas sobre el particular. Curiosamente, se fueron encadenando bajo el estímulo de
            hablar de resentimiento otras pasiones como la impotencia y la indignación.





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