Página 40 - FAD SEPTIEMBRE 2012

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Visió perifèrica
El Desahogo
Antes de irse a Chiclana a doctorarse en cervezas y tapas
de cabracho, el director de esta revista me pidió, con mu-
cha guasa y el desparpajo que le caracteriza, que aborda-
se en este artículo el impacto de los recortes presupues-
tarios en la educación universitaria. Se refería el bueno de
José Ángel a las consecuencias que apretarse el cinturón
tienen, pueden tener, se teme que tengan o tendrán por
narices en la formación de los futuros fisioterapeutas en
España. En fin, el que suscribe es un mandado pero en
un esfuerzo para no contarle más de lo mismo o lo que es
peor, irritarle el forro de las pudendas, prometo ausencia
total de gráficos macroeconómicos o referencias a primas
de riesgo en este artículo. Palabrita del niño Jesús.
José Polo Traverso
Fisioterapeuta y Doctor
Ejerce en el Estado de Pensilvania (EEUU)
Le imagino, sufrido lector, hasta el gorro de contertulios
televisivos con ganas de bronca, bocazas radiofónicos
metiendo cizaña, analfabetos funcionales emitiendo notas
de prensa a patadas, ministros y energúmenos con caras
de circunstancias e imbéciles encorbatados de una u otra
condición; esta última chusma es de temer en España por-
que a un impresentable cualquiera metido a político se le
llama de usted, gasta coche oficial y cobra dietas cuando
saca un pie de la cama. Bandoleros en trajes de diseño,
nada que ver con los personajes de Dean Martin o George
Kennedy en la película del mismo nombre, fulanos que a
las claras se querían beneficiar a la buenorra de Raquel
Welch por derecho y sin disimulos.
Hace veintiséis años me bajé de un tren, de madrugada,
en la valenciana Estación del Norte. Recién salido de la
bahía de Cádiz, con cara de paleto y una maleta en la
mano. Hágase cargo, lector cosmopolita que aborrece ca-
tetos provincianos, la Escuela Universitaria de Fisioterapia
de Valencia fue la primera escuela pública en España en
abrir sus puertas al personal. Por tanto, los candidatos a
fisioterapeuta de entonces, la parroquia que no tenían la
pasta para matricularse en la
Gimbernat
,
se matriculaban
en la Calle de la Nave y consecuentemente los susodichos
acababan beodos en el barrio del Carmen, Ruzafa, Beni-
maclet o Cánovas, dependiendo de las ganas de codearse
con yogurcitos, rockeros o maleantes que tuviese el inter-
fecto. O la interfecta. Te lo juro por Snoopy, decían algu-
nas. Prácticas en el Clínico y más tarde en La Fe, si tenías
suerte. Imagínese si puede, amigo lector que no recuerda
la vida sin Internet, sesenta y pico pipiolos en bata blanca
correteando por los pasillos de la Facultad de Medicina
en pos de profesores de diverso pelaje, pidiendo apun-
tes o dejándote que te los pidieran. Coloreando belorcios
(*
Véase figura explicativa en la siguiente página)
de metro
y medio de largo; si usted, lectora de veintipocos abriles
capaz de enviar
whatsapps
con los ojos cerrados, no se ha
cascado tardes de otoño dándole rotring al belorcio de
las narices no sabe la suerte que tiene. Aquella fue la épo-
ca de aulas prestadas, de asientos duros como la jeta de
un primer ministro, de vetustos carruseles de diapositivas
borrosas, de prácticas eternas e invariablemente inútiles
en jaulas de Rocher, de ultrasonidos portátiles del tamaño
de una nevera, de clases de anatomía con dibujos en una
pizarra a base de tizas de colores. Recuerdo las fotoco-
pias de libracos inútiles en Blasco Ibáñez, los bocatas de
calamares en la calle Játiva y las clases de prestado en el
campus de Blasco Ibáñez, en aulas y edificios anexos de
la Facultad de Medicina; sufridos estudiantes o tontos del
culo, elija usted lo que corresponda.
No pretendo adjudicar responsabilidades
exclusivamente, amigo lector, a
profesores o instituciones universitarias.
El alumnado tiene mucho que decir y
aún mucho más que hacer